La producción artística de Manuel Marín (Ciudad de México,1951) tiende a trasladarse entre géneros, técnicas y modos de representación, deambulando y traslapando a veces entre el dibujo y la escultura, y en otras entre la perspectiva renacentista y el cubismo. Por un lado, es un portador de la actitud moderna hacia los retos creativos, elaborándolos mediante series en las que una multiplicidad de variaciones puede surgir a partir de la elección de un limitado número de elementos en juego (un lugar, un jarrón, una serpiente); por otro lado, es un conocedor amante de las artes de otras épocas y lugares.
Aunque no esté colaborando con un colega que habita su mismo tiempo y espacio, gusta de conspirar con otros urdidores de formas e imágenes que están distantes, con los que en su obra han dejado a su ingenio lo que interpreta como una invitación a la reflexión o al juego de posibilidades e invitando Marín, a su vez, al espectador a continuar la partida.
En las traslaciones creativas híbridas de este artista conviven el rigor del maestro del intelectual que experimenta sistemáticamente con un sentido lúdico −que no pretende abandonar el humor− de la experiencia sensible, proponiéndonos que la percepción estética es una forma particular de conocimiento del mundo, una forma sensible y sensual de pensar las cosas y sus relaciones con nosotros.
La forma en que vemos las cosas y les otorgamos una representación, ¿es única y absoluta, o una convención cultural e histórica? ¿Qué tanto han influenciado los esquemas gráficos de representación −desde los ancestrales hasta los del Renacimiento o el cubismo− nuestras formas de percibir el mundo? Los animales, ¿son para nosotros más emblemas o proyecciones simbólicas de nuestros vicios o virtudes o formas que trasladamos a órdenes abstractos, a sistemas de vectores?
Para Marín, el ámbito de percepción del mundo que permite el arte es el que, a su vez, nos permite a nosotros conciliar – tanto con mente como con gozo – nuestra naturaleza de seres tangibles y de entes pensantes, conceptuales, que no sólo experimentan y habitan la complejidad del presente sino también, a partir de las formas −convencionales o innovadoras− una historia. Esa historia con la que se hermana Manuel Marín, con la que conspira, no se representa en grandes formatos heroicos, trágicos o dramáticos, sino con una escala íntima de un humano conversando con otro y convidándolo a compartir una idea o un juego.